dimecres, 29 de setembre del 2010

Unas vacaciones muy movidas

23 de junio de 2010, bajo por la “montañeta” y pienso que ya comienza la cuenta atrás. Después de un año lleno de emociones, que no sabría como describir, me siento cansado, impaciente, satisfecho y contento. Por fin ha llegado la hora de disfrutar de las anheladas vacaciones. Pero, todavía no es posible. ¡Tengo que seguir entrenando a waterpolo! Y por si no tuviera suficientes entrenamientos por las tardes, también me hacen entrenar por la mañana. Para rematar la faena, mis padres me dicen que durante el mes de julio también estudiaré inglés. Así pues, lo de hacer vacaciones deberá esperar unas semanas más.
Por fin, llega el 4 de agosto y nos ponemos rumbo a Tarragona, hacia el camping Trillas. Cuando mi madre nos pidió, a mi hermano y a mi, que preparásemos nuestras cosas, me entraron tantos nervios, que no sabía cómo hacer la maleta, así tuvo que ser ella quien acabó preparando nuestro equipaje. Pero no penséis que se complicó mucho, todo nuestro equipaje se reducía a bañadores, camisetas y pantalones cortos.
La noche anterior al viaje, no podía conciliar el sueño, a las siete de la mañana, mi hermano y yo, ya estábamos despiertos. Mis padres alucinaban y no hacían nada más que renegar, diciendo que cómo era posible que cuando había cole tenían que llamarnos un montón de veces y que aquel día no nos hizo falta ni despertador. Despertar a mis padres fue una aventura, parecía que los papeles se habían cambiado. Finalmente optamos por ducharlos con colonia. Fue divertido ver a mis padres relajados y sin prisas. Entre desayunar, bajar las maletas y todo, nos dieron las 10. Tras dos largas horas en coche, llegamos a nuestro destino en Tarragona, el camping Trillas. Se trataba de un camping situado al lado de la playa, junto al castillo de Tamarit y con una capacidad de más de 3000 personas, las parcelas estaban rodeadas por moreras y palmeras, y el suelo era una mezcla de tierra y gravilla, la fórmula perfecta para ir en bicicleta. Era un lugar maravilloso y lleno de diversiones: piscina, fútbol, billar, futbolín, música, etc.
Teníamos todas las comodidades que os podáis imaginar. La parcela donde estaba mi caravana era enorme y disponíamos de una toma de agua potable. Incluso disponíamos de un aparato de aire acondicionado y de un suelo forrado con parqué. La única que se quejaba un poco era mi madre, porque tenía que seguir cocinando y lavando nuestra ropa. Siempre decía lo mismo: “el año que viene me voy de hotel”. Pero nosotros le hacíamos la pelota, haciéndole un mini masaje o preparándole un café, y así, ya la teníamos en el bote.
No os penséis que nos pasábamos todo el día en el camping, si no que solíamos salir mucho por Tarragona. Aunque tengo que deciros, que los paseos nocturnos por la playa eran noche sí y noche también. Terminábamos agotados, pero es que a mis padres les encanta pasear en esas condiciones, a veces, mi madre me decía: “Alex cierra los ojos y escucha cómo te habla el mar”.Yo pensaba que se le había ido un poco la olla. ¿Hablarme el mar? No lo comprendí hasta que volvimos a la ciudad, al tránsito, al estrés, a la rutina…
Una noche que había luna llena y se veía perfectamente, mi padre nos dijo que teníamos que probar el baño nocturno. No os podéis imaginar la sensación de emoción y pánico que te invade el cuerpo. Y para ambientar más la situación mi padre empezó a tararear la canción de tiburón. Tendrías que ver a mi hermano pequeño, Mario, enganchado al cuello de mi madre y a mi madre intentando llegar a la orilla. Le faltaban brazos y piernas, yo no podía parar de reír y mi padre tampoco.
La situación geográfica del camping nos permitía realizar excursiones, visitamos los museos de Tarragona, el anfiteatro, la necrópolis, las casas nobles de Castellnou y Canals. Otro día lo pasamos en el parque acuático de Aqualeón y también fuimos en varias ocasiones al karting de Altafulla. Os puedo comentar como anécdota, que fue en el karting donde rompí el motor de un kar y mi hermano se estampó contra unos neumáticos. Tras ir varias veces, cogimos confianza y nos volvimos un poco camicaces. Así que os podéis imaginar la cara que ponían los empleados cuando nos veían entrar por la puerta, pensarían “aquí vienen los terremotos”.
También fue divertida una de las salidas que hicimos para visitar el acueducto romano, ya que nos sorprendió una gran tromba de agua y decimos hacer tiempo almorzando en un restaurante hasta que escampara. Pero, no sólo no dejó de llover, sino, que encima yo me puse “contentillo”, ya que mi padre me dejó probar un poco de vino con gaseosa. Pasé de la euforia a la risa y después al sueño. Mis padres me hicieron fotos, ya que mi cara era un poema y me quedaba dormido hasta de pie.
El único recuerdo que me gustaría borrar de mi mente, fue el día que perdí la cámara de fotos. Me despisté y la dejé en un banco de piedra del Circo Romano. Nos dimos cuenta al llegar al camping y el disgusto fue enorme, más que por el valor de la cámara, por las fotos que habíamos hecho. Al día siguiente, mi padre, me llevó a comprar otra cámara y repetimos las visitas a los museos. Así, que ya sabéis, os puedo servir de guía, porque me los conozco de memoria.
En definitiva, os puedo decir que han sido unas vacaciones fantásticas, aunque el tiempo transcurrió muy rápido y cuando me quise dar cuenta ya estaba subiendo la “montañeta”.

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